grama, resonancia magnética, etc., que analiza con datos y evidencias científicas cómo los espacios cons-truidos tienen efecto sobre nuestras emociones y nuestras capacidades. La neuroarquitectura quiere ayudar a mejorar las habilidades cognitivas y evitar, además, su estrés”, explica Paula Gómez-Vela, arquitecta y doctora en Biomedicina. Por la per-cepción de un entorno, “el cerebro decide si es momento de producir o inhibir hormonas que nos van a colocar en uno u otro estado físico, anímico, emocional y conductural”, afirma Rita Gasalla, arquitecta y presidenta del Observatorio de Ar-quitectura Saludable. Por eso, es im-portante “estudiar la disposición de los espacios, cómo van a moverse las personas, las forma y las propor-ciones”. Pioneros. La preocupación por crear espacios y entornos amables, sobre todo los destinados a la sa-nación, no es nueva. “En España te-nemos la Galería de Convalecientes –los “corredores del sol”–, proyec-tada en 1564 por Juan Bautista de Toledo, quien tuvo en cuenta el sol y la biofilia para, de manera intuitiva, curar a los monjes del monasterio de El Escorial de Ma-drid”, señala Rita Gasalla. “Desde finales del siglo XIX y principios del XX, con el movimiento de sanatorios para la tuberculosis, una epidemia que azotó el mundo entonces, se reconoció el impacto del diseño arquitec-tónico, en concreto de los hospitales y residencias, en la salud de los pacientes”, apunta Lourdes Treviño, ar-quitecta del estudio Freehand Arquitectura. También a Maestros Tanto Domènech i Montaner en el hospital de la Santa Creu i Sant Pau (arriba) como Alvar Aalto (en la otra página, el hospital de Paimio) avanzaron el concepto moderno de neuroarquitectura. © Songquan Deng / Alamy Stock Photo © David Taljat/Getty Images