María Iglesias. Escritora y periodista. Horizonte (Edhasa) es su última novela. Escapar al destino ‘hikikomori’ FIRMA INVITADA ¿Sabéis que es el hikikomori? Es el trastorno o enfermedad de aislamien- to social extremo que en Japón lleva a algunos, sobre todo a jóvenes, a recluirse en sus cuartos, meses y años. Pues veréis, cierta tendencia de moda en nuestro mobiliario urbano me hace temer una expansión de esta patología que espero y deseo que como sociedad esquivemos. Mirad, sin ser ninguna experta en urbanismo o paisajismo, es curio- so, si me paro a pensarlo, el papel que lo relacionado con ello, con la construcción, viene jugando en mis novelas. Lazos de humo arranca con el desahucio del protagonista –inspira- do en mi bisabuelo– del céntrico edificio sevillano donde estaban su casa y su restaurante para hacer el ensanche de la actual avenida de la Constitución con motivo de la Exposición del 29. En El granado de Lesbos la periodista que es mi alter ego aprende, como hice yo antes de cubrir en 2016 la emergencia humanitaria de refugiados en Grecia, qué conquista democrática y civilizatoria son los parques públicos gracias a rodar capítulos de Jardins d’ici et d’ailleu- rs con el paisajista francés Jean-Philippe Teyssier para el canal de TV ARTE. Más directo aun es el vínculo con mi última novela, Horizonte, que se levanta sobre dos pilares: uno, la epopeya migratoria de jóvenes africanos decididos a cambiar la relación Norte-Sur y, otro, el proyec- to real entre España y Marruecos desde los setenta para construir un puente o túnel entre África y Europa en el Estrecho de Gibraltar. También en mi vertiente periodística y como ciudadana de un país democrático en el actual contexto de amenaza global a las democra- cias, uso con empeño, como he oído al emprendedor y activista sene- galés Mamadou Dia, “construir” en vez de “luchar” para referirme a los avances sociales, la convivencia pacífica entre distintos y discrepantes, los derechos y libertades, el progreso. Qué y cómo se construye no es solo el resultado, sino el motor del tipo de sociedades. Por eso algo me preocupa: ¿estáis viendo prolife- rar en nuestras ciudades, como setas en los bosques de octubre, los bancos de una sola plaza? A la vez que, en los asientos corridos, de madera o piedra, están poniendo separadores para impedir que pue- dan tumbarse ciudadanos sin techo o personas con ganas de sestear, también aparecen en nuestras aceras asientos unipersonales –sillas, vamos– tan alejadas unas de otras que frenan que hablemos entre desconocidos. Yo, que de adolescente compartí tardses de pipas y risas en ban- cos de parques con mi pandilla, que durante la crianza de mis hijos he interactuado con otras madres y cuidadoras en los bancos de parque- citos, que aún veo a jubilados en ellos conversando, detecto en estos “bancos individuales”, o “sillas de aislamiento” un síntoma más del hiki- komori, al que se nos aboca, que nos empuja a las pantallas y del que, si somos listos, debemos escapar veloces. Porque la especie humana ha subsistido y progresado, pese a sus defectos y a mil peligros, por ser colaborativa y social. Sentémonos juntos y hablemos. © José Antonio Lamadrid