I nnov AT tores fueron contratados casi al tiempo y que trabajaron en un entorno colaborativo. Pero Le Corbusier no compara las catedrales con la arquitectura americana de su tiempo porque los maes- tros de obra se llevaban bien con los picapedreros. Su comparación es mucho más profunda. Reclamaba (para su particular cruzada racionalista) la libertad de la que gozaban aquellos maestros del Medievo. Sin academia que los encorsetara, fueron libres para experimentar y proyectar tan alto como pudieron. Libres, como lo eran los constructores americanos, que, sin prejuicios y con muchos centavos, levantaban la arquitectura de los tiempos modernos. La libertad a la que se refería Le Corbusier, principalmente era a la creativa, pero también a la capacidad de experimentar sin miedo. A la libertad de sentirse parte de un todo. Un pueblo en movimiento. Sin egos. En colaboración unos con otros por objetivos comunes. Pero entonces, ¿en qué sentido eran libres los cons- tructores del Empire State? ¿Qué factor permitía esa Le Corbusier en su estudio parisino (imagen tomada en 1963). © Bureau/Sygma/Corbis/VCG via Getty Images La Torre de Babel, pintura al óleo sobre lienzo de Pieter Brueghel el Viejo. © Universal History Archive/UIG via Getty Images Vista del edificio del Marine Bank en su reconstrucción después del Gran Incendio de Chicago. © Detroit Publishing Company/Interim Archives/Getty Images