Alba Carballal. Cae sit quunt andunduciusa quaerovidi raepele ctiatet invellabo mejor ver © Alberto Almayera FIRMA INVITADA No sé si es una consecuencia más de la fatiga pan-démica o si lo único que pasa es que soy optimis-ta por naturaleza, pero es llegar el buen tiempo y sentir la necesidad de volver a instalar en el móvil las aplicaciones de todos los portales inmobiliarios habidos y por haber. Sospecho que no soy la única: seguramente seamos legión los que, igual que Az-nar hablaba catalán —en la intimidad—, nos pasamos horas buceando entre zonas, planos y filtros como quien le abre una puerta al futuro. La terraza fren-te al mar de la imaginación tiene vistas a un maña-na inventado, pero con una apariencia de realidad bastante convincente, propiciada por un aluvión de datos organizados con rigor marcial. Sin embargo, el desfile de cifras es sólo un aperitivo; y los metros cuadrados, los euros, las alturas y los años de cons-trucción no son más que los teloneros de un cabeza de cartel que, como Jimi Hendrix en Woodstock, es la estrella que atrae a los fans al festival veraniego de la economía-ficción: la calculadora de hipotecas a cuarenta años. Nunca volveré a ser joven, decía el poeta, y tenía razón. Se derretirán los polos, llega-rá el apocalipsis y ahí seguirán el andamio de la Sa-grada Familia, la abuela de ‘Cuéntame cómo pasó’ y nuestras deudas con el banco. La libertad consiste en poder elegir las cadenas que te atan, es decir, los propios vicios; y éste de mi-rar viviendas, que a priori es menos grave que la he-roína o la vigorexia, tiene algo de pornográfico: los salones sin reformar nos invitan al derroche, los te-chos altos seducen hasta al más pintado y los huecos de escalera amplios piden a gritos un buen ascensor que los atraviese de arriba abajo. El bucle, por fuerza, termina desembocando en un conocimiento profun-do de un mercado inmobiliario a pequeña escala: el del vecindario deseado, que pocas veces es el propio. Por fortuna, es mi caso. Hace ya casi tres años que me mudé y aún me sorprendo criticando la transfor-mación del barrio, como si no hubiésemos sido tam-bién nosotros parte de la avanzadilla gentrificadora que todo lo arrasa, los primeros modernos en colo-nizar un territorio comanche de señoras en delantal, ropa tendida y hueverías; como si llevásemos aquí tanto tiempo como las torrijas de nuestra vecina Pe-tri y nosotros también hubiésemos respirado desde el balcón el polvo de las obras de cuando soterraron la autopista de circunvalación. Sin embargo, lo único que de verdad tuvimos que tragarnos fue el orgullo de clase ante cientos de anuncios similares: estudio sin amueblar en calle secundaria, muy tranquilo, 35 metros cuadrados, ideal parejas o personas solas, quinto sin ascensor, 900 euros, muy coqueto, mejor ver. Eso sí —al César lo que es del César—, las aplica-ciones inmobiliarias son una virguería. Teniendo en cuenta que navegar por su interfaz es lo más cerca que vamos a estar tantos millenials de tener un piso en propiedad, es una verdadera lástima que no se pueda vivir dentro. la terraza frente al mar de la imaginación tiene vistas a un mañana inventado, pero con una apariencia de realidad bastante convicente